Reflexiones sobre una de las marchas más importantes de la historia nacional

Por Camila Basso1

En medio del fresco y la lluvia del otoño, el martes 23 de abril (#23A) vivimos un día parecido a la primavera. Los rayos del Sol se asomaron al cielo porteño para iluminar los rostros de miles de estudiantes que marcharon por la Avenida de Mayo para defender la educación pública argentina.

El número de asistentes no se conoce con exactitud. La estimación del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ronda las 150 mil personas. En contraparte, la Universidad de Buenos Aires calcula que hubo entre 800 mil y 1 millón.

#23A, Buenos Aires, Argentina.
Marcha Federal en Defensa de la Universidad Pública, 23 de abril de 2024, Buenos Aires. Créditos: Camila Basso.

Contradicciones

La dimensión de la movilización no es la única discrepancia entre las universidades nacionales (UUNN) y diversas áreas del actual Gobierno. Según la vicepresidenta de la Nación, Victoria Villarruel, las universidades del país son “un tongo de estudiantes y adultos de izquierda” donde la libertad de expresión no existe. Para la Casa Rosada, el Poder Ejecutivo debería llevar adelante auditorías a las universidades, sin considerar que ya existe un organismo en el Poder Legislativo que las realiza. Para el presidente de la Nación, una de las movilizaciones más grandes de la historia democrática argentina fue una reunión de zurdos, de las cuales él bebe sus lágrimas.

Frente a esta opiniones, en la Universidad Nacional de Quilmes se imponen los hechos: se desarrollan nuevos métodos para la detección de la gonorrea, el VPH, el glaucoma y el dengue; se investigan nuevas formas de combatir el cáncer y la diabetes, de eliminar agrotóxicos del agua y los alimentos, y de crear “super alimentos”. En los pasillos de nuestra Universidad no hay lágrimas para llenar la copa de un gobernante aislado y solo, sino personas del conurbano bonaerense y de todo el país que asisten para instruirse, aprender, enseñar, descubrir e investigar.

De izquierda a derecha: Elizabeth Tymczyszyn, Natalia Brizuela, Adrián Rodríguez Machado, Gabriel Rivas, Marina Navarro, Bárbara Bravo Ferrada, Naiquen Flores, Danay Valdes La Hens y Manuel Morales. Créditos: Nicolás Retamar, para AgNo.

Durante años, en Argentina se alimentó el concepto de “grieta” como una división imposible de saldar en la población. Una polarización extrema con “buenos” y “malos” a cada lado. Actualmente, la Presidencia de la Nación intenta ubicar en el bando de los “malos” a quienes estudian y trabajan en las UUNN. Pero en ese lado se encuentra comunidades científicas, investigadoras, de estudiantes, profesionales y docentes que cada día contribuyen desde sus instituciones al avance del país.

Según Daniel Schteingart, miembro del Centro de Investigación y Diseño de Políticas Públicas – Fundar, las UUNN representan un factor clave para la movilidad social.

Créditos: Daniel Schteingart.

Por otro lado, las encuestas de la consultora Poliarquía identifican a las casas de altos estudios como las instituciones más confiables para la población. Un enfrentamiento contra las UUNN es dejar del lado “malo” de la grieta a la clase media argentina. Dejar del lado malo a más de 200 mil personas que se vacunaron contra el COVID-19 en los pasillos de la UNQ, y a cientos de miles de personas que pueden decir con orgullo que son la primera generación universitaria de sus familias.

Existen pocos consensos en nuestro país. Somos una sociedad donde cuesta ponerse de acuerdo. Pero si hay algo que quedó demostrado el #23A es que hay valores inamovibles. La educación universitaria es uno de ellos. En los pasillos de las universidades se gestan todos los días avances tecnológicos, pero este martes fue en las calles argentinas donde comenzó a desarrollarse la cura para la grieta.

  1. Estudiante del Taller de Periodismo Científico y Comunicación de las Ciencias (2024), Universidad Nacional de Quilmes ↩︎

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