Un ser humano, dos cerebros

La metáfora de la microbiota como “el segundo cerebro del ser humano” se expande desde hace tiempo. Sin embargo, aún desconocemos mucho sobre su significado. Conversamos con Gabriel Vinderola, investigador del CONICET, sobre las funciones de nuestro ecosistema microbiano y algunas formas de cuidarlo.

Por Priscila Martínez[1] para “Saberes en Territorio”

En las redes sociales, en la prensa tradicional y en la literatura académica la palabra “microbiota” se menciona cada vez más. De hecho, si alguien busca el término en el repositorio digital del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET) de Argentina, comprobará que surgen varios cientos de trabajos relacionados con esta palabra clave. En buena parte de éstos, el nombre Gabriel Vinderola, docente e investigador en la Universidad Nacional del Litoral y del Instituto Lactológico Industrial (UNL – CONICET Santa Fe), y miembro de la Asociación Científica Internacional para Probióticos y Prebióticos (ISAPP, por sus siglas en inglés), es uno de los que más se repite. Entrevistamos a Vinderola para descubrir parte de sus trabajos y saberes sobre la microbiota.

¡CÓMO ES QUE TENEMOS DOS CEREBROS!

Todas y todos alguna vez sentimos nervios antes de dar un examen o ansiedad antes de tener una primera cita. En ocasiones, con esas emociones, también sentimos dolor de panza, tuvimos diarrea o nos constipamos. Con esto en mente (y en panza), fuimos al encuentro de Gabriel Vinderola y le preguntamos si realmente es posible considerar al intestino como nuestro “segundo cerebro”.

“Es así, claro”, nos dijo y, además, nos explicó: “Uno conoce el cerebro por tener neuronas, es decir, células asociadas a lo que pensamos y sentimos, entre otras funciones. Pero en el intestino también hay neuronas, una cantidad enorme, te diría casi la misma que en el cerebro. Por supuesto que las del intestino no piensan, pero sí median en muchas de nuestras emociones porque conectan el intestino con el cerebro. Allí hay un camino de doble vía y eso nos permite entender por qué hay tantas personas que canalizan sus emociones con cuestiones gastrointestinales”, explica Vinderola.

Son varios los investigadores en el tema que sostienen que el cerebro y el intestino se comunican y se influyen mutuamente de forma positiva o negativa. John Cryan, profesor e investigador en la Universidad de Cork (Irlanda), es uno de ellos. Cryan participó en diversas charlas TED donde explica que somos capaces de modificar nuestro comportamiento según el estado de la microbiota. Uno de los estudios que ha dirigido en la Universidad de Cork se basó en suministrar un suplemento con bacterias beneficiosas a un grupo de ratones ansiosos y tímidos. Al darles los probióticos, éstos comenzaron a bajar sus niveles de ansiedad y a ser más osados.

Por su parte, desde el escenario local, Vinderola agrega (con algo de gracia), que “lo que sucede en Las Vegas, queda en Las Vegas. Lo que pasa en Bariloche, queda en Bariloche. Pero lo que pasa en el intestino, no queda en el intestino. Y lo que pasa en el cerebro, tampoco. Estamos interconectados. Cualquier emoción, tanto negativa como positiva, va a impactar de alguna forma en nuestro sistema inmunológico y en la microbiota. La gestión de estas emociones es un área a la cual cada vez se le presta más atención”, comenta el miembro de ISAPP que, además, en otras notas periodísticas, afirmó que las bacterias intestinales producen, entre otras cosas, neurotransmisores como la serotonina, sustancia química que nos permite dormir bien y tener buen humor, entre otras experiencias positivas para el ser humano.

PALABRA DEL DIA: MICROBIOTA

“La palabra microbiota vino a reemplazar dos palabras más conocidas: ‘flora intestinal’”. Vinderola aclara que así nos referíamos al conjunto de bacterias que estaban presentes en el intestino. “Pero ahora, sabemos que allí hay un montón de microorganismos: bacterias, levaduras, hongos, virus y parásitos. Tenemos en todo el cuerpo: están presentes en la piel, en el tracto respiratorio, en la glándula mamaria cuando la mamá da el pecho a su hijo o hija, en el tracto reproductor masculino y femenino”, dice Vinderola. Donde más tenemos es en el intestino y aquí sucede una cuestión muy particular a la cual el investigador del CONICET llama “el encuentro de dos mundos”. En el intestino tenemos la mayor concentración de bacterias del cuerpo y de células inmunológicas. El intestino es como un cuartel de entrenamiento donde las defensas van a entrenarse. Por eso, tener una buena microbiota es sinónimo de tener una buena respuesta inmunológica. Y es por esto que se la estudia tanto.

¡ALERTA!: ¿ESTOY SANO?

En base a estas informaciones, le consultamos a Vinderola: ¿cómo hacemos, entonces, para mantener una microbiota sana?

“Buen punto”, nos responde. “Mantener una microbiota sana es una inversión a futuro porque hoy podemos estar bien, pero tener una microbiota no equilibrada, al no cuidarla, puede generar un problema a 5 o 10 años. Es decir, los problemas se pueden ir instalando muy de a poco debido al descuido de la misma hasta que tenga un problema manifiesto. Así que, aunque hoy me sienta bien, tengo que tomar medidas para cuidar esa microbiota y la alimentación es, quizás, el factor principal, aunque no el único”.

¿Cómo logramos, entonces, una microbiota diversa, abundante y activa? De acuerdo con lo que explica el investigador del CONICET: con alimentación equilibrada. Qué y cómo comemos afectará positiva o negativamente la microbiota.

¡Atención! Si usted piensa que puede saber cómo se encuentra su microbiota con un análisis clínico, permítame informarle que está equivocado o equivocada. Vinderola nos explica que si bien hay diversos estudios de microbiota, por el momento, solo se utilizan en el ámbito de la investigación: “Hoy en día, hablando con gastroenterólogos y gastroenterólogas, hay un consenso en que el estado de la microbiota se diagnostica por los síntomas. Si no tenemos dolores gastrointestinales, en la piel o en otras partes del cuerpo podemos sospechar que no tenemos problemas en la microbiota. No hay una forma válida científicamente de medirla y tampoco hay un consenso. Aún estamos un poco lejos de poder tomar muestras y saber cómo estamos”.

Sin embargo, ¡tranquilidad! Porque, indirectamente, podemos saberlo. Vinderola explica que para esto tenemos que ponerle atención a nuestro cuerpo. Preguntarnos diariamente cómo nos sentimos, cómo vamos de cuerpo, si dormimos bien o mal, si hacemos o no ejercicio, son algunas de las cuestiones que pueden permitirnos identificar si la microbiota está sana o no.

AY QUE SÍ, QUE SÍ…AY DIME QUE SÍ.

Los alimentos que debemos consumir para mantener una microbiota equilibrada son tan diversos como específicos. Vinderola los enumera de la siguiente manera: “Son los alimentos ricos en fibra. Nuestra microbiota se alimenta de esa parte de los alimentos. No son las grasas, los hidratos de carbono o las proteínas. Es la fibra. Es la parte de los alimentos que nosotros no digerimos en el intestino delgado pero que va a llegar al colon y allí va a ser utilizada por esas bacterias de la microbiota. Las legumbres de todo tipo son productos de fibra por excelencia. Son los alimentos que mayor cantidad de fibra tienen por unidad de peso. Por otra parte, los frutos secos y las semillas son muy importantes. También las verduras y las frutas consumidas de forma variada y abundante. No es suficiente con comerme un kilo de lechuga por día porque voy a consumir mucha cantidad pero no variedad”.

Como persona de ciencias, Vinderola reflexiona: “¿Necesitamos consumir treinta variedades de vegetales y frutas por semana? Probablemente no. Pero eso nos marca un norte y nos hace pensar: ¿cuántos vegetales comemos en una semana? Yo siempre invito a las personas a que hagan una lista de lo que comen cada siete días y se van a sorprender con los resultados porque somos bastante monótonos. Eso a la microbiota no le viene bien. Estos alimentos (legumbres, frutos secos, semillas, frutas y verduras), son los que el 90% de los argentinos -a veces me incluyo- tenemos déficit”. Lamentablemente preocupa su poco consumo.

Gabriel Vinderola en sus redes sociales es un ferviente defensor de los fermentados como el kéfir para mantener en pleno movimiento a nuestra microbiota. Estos incorporan más bacterias al cuerpo.

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Vinderola participa en diversas investigaciones, algunas de las cuales están en proceso. “Tenemos varios estudios en agenda, algunos más avanzados que otros. Justamente, en estos días, en el UNL-CONICET estamos trabajando en un yogur natural, con mayor cantidad de proteínas y endulzado con stevia natural, que desarrolló un grupo de nuestro Instituto. La investigación se realiza para personas que tienen sobrepeso y parámetros sanguíneos desregulados (en cuanto al colesterol o los triglicéridos).” El objetivo de este estudio, nos explica, es evaluar si su microbiota mejora con el consumo del yogur.

La importancia del desarrollo científico modifica positivamente nuestra calidad de vida en todos los aspectos. Imagen:Pixabay

Sabemos que Gabriel Vinderola, su equipo y otros investigadores e investigadoras seguirán trabajando para mejorar nuestra calidad de vida. Pero nosotros también tenemos trabajo por hacer: investigar, a través de los consejos obtenidos, cómo está nuestra microbiota.

¡A hacer bien la tarea! Porque el intestino, desde algún pequeño lugar, está manejando nuestro cerebro.


[1] Estudiante del Taller de Comunicación y Periodismo Científico (2023), Licenciatura en Comunicación Social, Universidad Nacional de Quilmes (Argentina).

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